Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

jueves, 24 de junio de 2010

Imágenes de dioses violentos y violencia religiosa (III)



Algunas feministas sostienen que los pronombres masculinos empleados en el discurso religioso, y las violentas imagines que aparecen en la escritura son los principales instigadores de la violencia. La teología feminista de occidente se siente tan intranquila por las imágenes violentas de poder femenino, como las de la diosa Kali con su guirnalda de calaveras, como por las violentas imágenes en los Salmos. Estas feministas creen que si se alteraran los pronombres masculinos utilizados en el discurso religioso y se eliminaran las imágenes violentas de la escritura, especialmente en los salmos, las realidades violentas simplemente desaparecerían. Creen que cuando ya no haya dioses violentos, no habrá pueblos violentos (cf. Madsen 2001).
El razonamiento parece ser el mismo que en los casos de violencia en la televisión y el cine. Los que defienden su censura, sostienen que la gente querrá imitar lo que hacen los personajes en la pantalla. Es como si primero viniera la representación y luego la imitación; como si la vida imitara al arte en lugar de ser imitada por él; como si las historias no surgieran de las realidades sociales sino de propósitos malévolos que tratan de funcionar como realidades; como si no hubiera otra razón que no fuera la malevolencia para contar una historia conflictiva. Lo que sostienen los partidarios de la censura es que, dado que la violencia no debería producirse, los artistas deben actuar siempre como si no existiera; que su representación es tan ilegítima como el acto mismo; que no es posible presentar una imagen de violencia sin estar secretamente de acuerdo con ella. Este argumento olvida que las historias violentas son representaciones artísticas de la violencia que ya existe en la sociedad, y que la violencia es anterior a su representación artística en la pantalla, y no al revés.
Los defensores de la censura advierten sólo intenciones maliciosas en el relato de una historia conflictiva. Esto se debe a que estamos tan acostumbrados a ver en la pantalla y en las galerías de arte imágenes de destrucción y daño que no ofrecen secuelas emocionales (no en función de la comprensión, la empatía, el horror y la vergüenza, sino por mera diversión), que comenzamos a creer que, en las obras de arte, la violencia no tiene otro propósito que el de la mera excitación. Hemos perdido la comprensión general de que lo que un artista intenta transmitir al presentar escenas o imágenes violentas. Como afirma Madsen, despojadas de la actitud del artista hacia la violencia que él/ella representa, y examinada sólo en términos de contenido (asumiendo que la actitud y sensibilidad del artista que creó las imágenes religiosas y las del salmista que compuso los salmos no forman parte de su contenido), estas imágenes dejan de tener cualquier importancia que no sea la del entretenimiento superficial. Separada de las sutilezas emocionales, la violencia representada en el arte y la religión puede aparecer como una postura erudita, una cortina de humo para disfrazar de cultura a la excitación pura y, como sostienen los partidarios de la censura, una inspiración para que los espectadores imiten lo que ven.
Pero existe una diferencia fundamental entre las imágenes inspiradoras de violencia y las grandes obras de arte. Lo que las diferencia crucialmente es la manera en que el artista trabaja su tema, así como el efecto y los cambios que quiere producir en el espectador. El artista puede emplear imágenes de violencia tanto para entretener y mitigar el horror de la violencia, glorificándola (y así inspirando violencia), o para producir en el espectador un »temor sagrado«, un sentido de vergüenza y horror que fortalezca los sentimientos nobles y conduzca a una conversión personal. Es precisamente esto último lo que hace que historias como Crimen y Castigo, de Dostoyevsky, sean un clásico. Desprovistas de este análisis, incluso escrituras como la Biblia o el Mahabharata se leen como crónicas de crimen y violencia. Lo que las convierte en grandes obras de la literatura es el sentido de vergüenza por el propio pecado, el horror por la violencia y los sentimientos nobles que producen y fomentan en el lector.
Las feministas, que defienden la censura en el discurso y las imágenes religiosas, excluyendo de ellas los pronombres masculinos e imágenes violentas, olvidan este importante aspecto de las grandes obras de arte y literatura. Sólo ven en ellas inspiración para el pecado y el crimen; por lo tanto, quieren censurarlas. Esto significa que las feministas pasan por alto el aspecto más importante de la escritura, las imágenes religiosas y las grandes obras de arte: su función como creadoras del »temor sagrado de Dios« e inspiradoras de sentimientos nobles. Puede concluirse que no existe una relación causal entre las imágenes religiosas violentas y la violencia en la sociedad, como suponen las feministas. En la mayoría de los casos, por el contrario, las imágenes violentas en las escrituras funcionan como poderosos elementos disuasorios del pecado y la violencia.

Augustine Perumalil

CONTINÚA

2 comentarios:

  1. Algunos machistas nunca leninistas sostenemos que actos fallidos y sectarias indecencias púbico-públicas cometidas por el discurso actual burkaísta de las fémino-feministas Psoeces como la Pajín, la Aído, la Valenciano y cohoorte, son las principales instigadoras de violencia con sus discursos y su provinciana, casposa y oportunista teología post Berkeley from cost to cost e importada e impostada a España, provincia de Eurabia. (Madsen Virginia, Escuela de Chicago y amén, Jesús).

    (Spitfire)

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  2. Última aportación de la ministra de igualdad al tema del BURKA:
    Aído rechaza el debate 'electoralista' del 'burka' y avisa que penaliza a las 'víctimas'
    ¿De dónde ha salido este espécimen?

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