ESTRASBURGO,
LA CIUDAD VIGÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Acabo de
volver de un viaje a Estrasburgo formando parte de una delegación de letrados
en cortes y parlamentarios con un objetivo: conocer el funcionamiento del
Consejo de Europa. Después de la visita vuelvo con el sabor agridulce de
comprobar cuan frágil es la democracia, pero también, cuanto hemos avanzado en
esta compleja y maravillosa Europa en mecanismos para proteger nuestros
derechos fundamentales. Me paro a pensar, y me asombro y me apeno al ver a esas
miles de personas, guiadas por líderes políticos absolutamente irresponsables,
que salen a las calles de nuestras ciudades a proclamar que no vivimos en
democracia, que hay que poner todo patas arribas en pos de un nuevo orden
paradisiaco; donde un maná milagroso se esparcirá por doquier dando toda clase
de servicios a propios y ajenos. La gente no tiene culpa de creerse los cuentos
de una arcadia feliz, pero los “Hamelins” toca flautas no tienen perdón porque
saben que la partitura es falsa.
Cuarenta
y siete países forman parte del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades Fundamentales que entró en vigor en 1953, más de
800 millones de personas, todos los países de Europa menos Bielorrusia. En una
Europa donde nos hemos matado con saña y creatividad, por fin, hay una
institución que vela porque eso no vuelva a ocurrir. El Consejo Europeo vela
por nuestros derechos más fundamentales: el derecho a la vida, el derecho a un
proceso equitativo, el derecho a la vida privada y familiar, la libertad de
expresión, la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, el derecho
al respeto a la propiedad. Prohíbe, sobre todo, la tortura y las penas o tratos
inhumanos o degradantes, la esclavitud y el trabajo forzado, la detención
arbitraria e ilegal y las discriminaciones en el disfrute de los derechos y
libertades reconocidos en el Convenio. Todos los países adheridos se
comprometen a proteger esos derechos y a someterse a las sentencias del
Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Cuarenta y siete jueces, uno por cada país, estudian, después de
admitir las demandas individuales, colectivas o de Estados, y sentencian
siguiendo el espíritu del convenio. Una corte a la que se puede apelar una vez
que has agotado todos los pasos en la justicia de tu país y creas que no se te
ha hecho justicia. Un tribunal abierto a los ciudadanos y gratuito, donde los
Estados cuando no respetan el Convenio, son condenados y deben resarcir o
restituir a los ciudadanos por los daños causados. España ha sido condenada en
algunas ocasiones y he de decir, puesto que así nos lo hicieron saber, que
nuestro país cumple de manera más que aceptable dichas sentencias.
La democracia se construye con mucho esfuerzo y demasiado a
menudo, con mucho sufrimiento. Vivimos en la parte del mundo más respetuosa con
la vida humana, no necesitamos salvadores, ni líderes carismáticos, ni viajes
revolucionarios a arcadias de felicidad. Sólo necesitamos creer en nosotros
mismos, respetar las leyes que nos hemos dado y conocer y profundizar en
nuestras instituciones, como el Consejo Europeo de derechos humanos, que vela
día y noche por nosotros y que trabaja sin descanso asesorando los procesos
consultivos de todos los miembros, mejorando las estructuras democráticas y
formando a las nuevas generaciones en valores de libertad y respeto.
Por lo demás, Estrasburgo es una ciudad encantadora que
recomiendo conocer. Un paseo por la Europa medieval donde la vida bulle en
miles de rostros de todo el mundo, una babel de lenguas que te enriquece en
todos los sentidos. Allá, lejos de nuestro país, nuestras cuitas nos persiguen
aunque quizás la distancia las atenúa. Allí pude hablar de manera sosegada con
otro compatriota, catalán e independentista supongo, al final eso no me quedó
claro. Y ambos encontramos puntos de entendimiento, cuando la sensatez se
adueña de los pensamientos el entendimiento se acomoda. No descubrimos la
pólvora, ni tampoco soluciones mágicas, tan sólo acordamos que las cosas hay
que hacerlas bien y nunca por las bravas. Que el “proces” es un error no tanto
en las aspiraciones, legítimas, como en las formas, absolutamente impropias de
unos dirigentes que parecen desconocer los fundamentos de los Estados de
Derecho y de la esencia democrática: el respeto a la legalidad vigente. Me
alegra que por encima de discrepancias dos españoles, que estamos tan lejos en
los objetivos, podamos estar tan cerca en la necesidad de la pureza de los
medios para alcanzarlos. Aunque sea allende las fronteras.
La barbarie terrorista acaba de golpear en esta bonita ciudad,
en el corazón de los derechos humanos se ha violentado el más humanos de los
derechos: el derecho a la vida. Podrán hacer daño, mucho daño, pero nunca conseguirán
sus objetivos, Europa, la democracia y la paz no podrán ser vencidas por los
bárbaros.